18 jun 2013

"Me aprobás o no salís del curso": docentes denunciaron que son víctimas de violencia escolar

Por: Laura Zulián
Insultos, empujones, amenazas y golpes son parte de lo que viven los educadores a diario. En las secundarias los atacan a los alumnos, adolescentes y en las primarias, los padres de los pequeños.


Cuando la profesora de 35 años fue a dar la nota de los trimestrales –algo que debía ser una tarea normal para cualquier docente– se encontró con que un alumno se acercó a su escritorio y le dijo: “Me aprobás o no salís del curso”, mientras le apuntaba con una chuza que había fabricado en la misma escuela. Ella mantuvo la calma, mientras le pidió a otro de los estudiantes que llamara a la preceptora y la directora. No pasó nada. La amenaza quedó ahí y la que debió renunciar, por miedo, fue ella.
Pero ésa no fue la única intimidación que recibió por parte de sus estudiantes. “Me aprobás o te cago a piñas”, le dijo otro, de 16 años, arrinconándola contra la pared. La docente ya tuvo que renunciar a tres colegios por hechos de violencia y transitó por más de 30 escuelas diferentes, públicas y privadas. Enseña Comunicación Social y Lengua en cinco establecimientos de Mendoza. “Los profes no reaccionamos”, asegura. Su voz suena fuerte, pide que su nombre no sea publicado (todos los de esta nota son ficticios, por pedido de los entrevistados) y tiene miedo de las posibles represalias que pueda recibir de parte de los directivos, pero aun así tiene ganas de hablar y mucho que contar.
Tras su experiencia como docente, afirma que la situación se agravó en los últimos tiempos y que los conflictos más fuertes con los estudiantes suceden en los primeros años del secundario, cuando entre los alumnos hay diversas edades y muchos tienen más años de los que deberían al estar allí. Con su esposo, que terminó de dar clases a las 22, los estudiantes pasaron de la amenaza a la acción y directamente le rompieron los vidrios del auto porque les desaprobó un examen.
La pérdida del trabajo no es lo único que sufrió la docente por la violencia. Ella incluso salió de escuelas con ataques de nervios y llorando. Tiene una enfermedad que le produce dolor en los músculos y luego de los casos en los que fue amenazada quedó tan mal, que ni siquiera pudo levantarse de la cama.
No sólo padeció estos casos en carne propia. Ve cómo sus compañeros la sufren. Desde la sala de profesores, en la planta baja, fue testigo de cómo un alumno que desaprobó un examen de Matemática le tiró un banco desde el piso de arriba al profesor. Le reventó el pie.
También presenció cómo dos estudiantes le dijeron a una profesora embarazada de siete meses que “le iban a hacer perder el bebé”. La chica tuvo una crisis de nervios y, de hecho, tuvo que terminar su embarazo en cama y adelantar su licencia porque comenzó con pérdidas a raíz de ese episodio.
Los casos se repiten una y otra vez. “No tenemos autoridad y los alumnos se dan cuenta”, asegura la mujer. En la secundaria, donde los estudiantes son más grandes, la mayoría de las amenazas viene de parte de los chicos. No así en la primaria, donde los padres atacan, como en el caso de la maestra maltratada de la escuela Origone, en Las Heras, tras la desaparición de un chico de 6 años.
A una docente de 42 años, el médico le recomendó que tomara media pastilla de un ansiolítico antes de ir a trabajar. Tuvo una crisis de angustia y dice sin consuelo: “¿Y qué le voy a decir? ¿Qué tengo muchas ganas de llorar? Es muy fuerte la presión que tenemos. Tuve que hacer eso para ir a dar clases”. Cuando fue al médico por una afección en las cuerdas vocales, la respuesta que recibió del especialista fue: “Comprate un micrófono”. Y comenta con tristeza: “Siento una gran desolación por todo lo que pasa”.
El maltrato que reciben los docentes es también vertical, de la mano de sus propios superiores. A otra docente, su directora la hacía ir a trabajar aun bajo licencia. La llamaba todos los días y el grado de presión fue tal, que hasta la hizo sentir culpable por estar enferma. Igualmente, fue y llenó los libros de las notas aun teniendo una pierna infectada por una quemadura.
El insulto es lo “normal”
A la violencia física de la que son víctimas los docentes también se debe sumar la verbal, a la cual, tristemente, ya están acostumbrados.
“Que te digan vieja culiada es lo más normal”, cuenta una de las profesoras. La primera vez que la insultaron hizo un acta, pero después, como se volvió algo cotidiano, dejó de hacerlo. Y asegura que no se trata de casos aislados y que sólo se puede rescatar “alguna que otra escuela”.


Los maestros sienten que frente a estas situaciones no tienen respaldo del Gobierno ni del sindicato. “El gremio no nos apoya ni con los reclamos salariales; en estos temas, menos. Hace más el de los privados que el SUTE”, se queja la docente.
Las opciones que les quedan no son muchas. Los que pueden, optan por irse y ver, para tratar de elegir dónde dar clases. “Nada nos respalda. Nos sentimos a la deriva”, concluye.
“El padre estaba a punto de pegarle a la maestra”
“El año pasado tuvimos el caso de un papá que le quiso pegar a una maestra”, cuenta la vicedirectora de una escuela primaria. El relato de lo que pasó lo hace ella porque la educadora que sufrió la agresión prefiere no recordarlo. Tenían como alumno a un niño “complicado”. Solía pegarles a los compañeritos y ponerle límites en el aula era difícil.
Un día, el padre lo dejó en la escuela y, en vez de entrar, el niño se fue. Las maestras lo encontraron en el quiosco frente al colegio. Como era algo que no podían dejar pasar, decidieron llamar a los padres. La respuesta que recibieron, luego de insistir varias veces, fue que esas “eran cosas de niños”.
“Pero cuando eso pasa en su casa es responsabilidad de los papás, si lo hace en la escuela no lo podemos dejar pasar”, reflexiona la mujer sobre la contestación que recibió.
La conducta del pequeño continuó siendo un dolor de cabeza para los maestros, porque el niño insistía en maltratar a sus compañeros, y por eso decidieron enviarles una nota en el cuaderno de comunicaciones pidiéndoles que fueran a la escuela a hablar. Tres fueron las notificaciones que mandaron. Ninguna volvió firmada.
Decidieron llamar por teléfono y en un día de jornada apareció el papá. “Cuando yo llegué, era un lío. El padre estaba a punto de pegarle a la maestra. Recuerdo que estaba furioso. Tuve que interponerme y le dije que se calmara porque así no íbamos a seguir. Nos retiramos del aula y nos gritó de todo, hasta ‘radichetas de mierda’ nos dijo. Y nada que ver: nosotras no participamos en política. Se fue y golpeó la puerta de tal manera y con tal fuerza, que hasta rompió la cerradura”, recuerda de aquel episodio.
La maestra, después de eso, no quiso volver al grado. “Estuvo muy mal y sufrió ataques de pánico”, cuenta. La docente agredida puso un abogado particular y le envió una carta documento al padre para que no se acercara a cierta cantidad de metros de ella.
Las docentes dicen que se sienten desprotegidas y que trabajan bajo mucha presión. Las situaciones de bullying que también deben controlar son una sobrecarga al estrés que sufren frente al aula. “Son muchos chicos, y las escuelas cada vez son más chicas y no podés controlar todo”, dice con resignación.
Uno de los problemas que afectan a los maestros de la primaria es el de los padres que no van a retirar a sus hijos o llegan tarde. Por eso, estas docentes decidieron esperar media hora con el alumno en la escuela luego de la hora de salida y si el padre no llega en ese lapso de tiempo llaman al 911 y que los vaya a buscar la policía. “Es abandono de persona dejarlos ahí. He llegado a quedarme dos horas con los chicos en la escuela a la espera de los padres”, cuenta una educadora.

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