19 feb 2014

La última biblioteca en la que trabajé y su triste situación

Por: Llorona Guapachosa

Era un lunes de Abril del 2012 cuando empecé a laborar en la biblioteca de una de las facultades de la universidad del estado; ya contaba con experiencia de cinco o seis años en bibliotecas de este tipo y en ninguna de ellas, ni en ninguna otra biblioteca que he visitado, vi menos consideración hacia sus usuarios como en esta.


Este era un lugar que tenía, o tiene, fuertes problemas con el orden de sus prioridades, sobreponía el control de documentos para auditorías (indicadores, estadísticas, registros, etc.) antes que la comodidad de sus usuarios. Sólo el 25% del total de volúmenes podían ser prestados a domicilio, las multas por retardo costaban el triple del precio regular, los usuarios externos debían pagar por concepto de consulta en sala y para los usuarios internos el mismo servicio de consulta resulta tedioso, más aparte cabe mencionar la mala distribución de espacio, un equipo de seguridad (guardián magnético) puesto justo en medio de la biblioteca, en el peor lugar, el más desprotegido y más inútil en el que se puede poner un equipo como este. Y por cierto, las voces de los empleados nunca son escuchas, todas estas inconsistencias sólo las puedo explicar con la frase “Donde manda capitán, no gobierna marinero”.

Hasta aquí la historia no parece tan interesante, pues  la verdad sea dicha, muchas bibliotecas de la ciudad, quizás la gran mayoría, padecen este tipo de cosas; pero ahora este lugar sufre por la indiferencia de sus autoridades ante su precaria situación. El pasado mes de Septiembre una tormenta llegó a la ciudad de Monterrey durante todo un fin de semana y los días siguientes (lunes y martes), las actividades escolares estaban suspendidas por ser día festivo y en parte por la tormenta; hasta el día miércoles la biblioteca fue abierta sólo para encontrarse completamente inundada. Más de 90 volúmenes se perdieron, unos 80 estaban siendo rescatados, algunos muebles se dañaron, las lámparas del techo tenían agua dentro y no se podían prender por temor a un corto circuito.

Se hicieron grandes esfuerzos de parte de todo el personal de la biblioteca, tanto empleados como alumnas becarias; cuando el lugar estuvo más o menos seco fue cuando dejé de laborar ahí. Han pasado cuatro meses desde que estoy en mi nuevo trabajo, y como he seguido en contacto con mis excompañeras me he enterado que no les han solucionado nada todavía. Las terribles goteras que ocasionaron la inundación siguen igual, se inundaron una segunda vez, temen por una tercera pues no han resuelto nada, en los ductos de ventilación se ha estado formando hongo, se tuvo que cerrar la estantería para todos los usuarios, y por más que la coordinación de la biblioteca ha estado insistiendo por solución, ésta aún no ha llegado.


Son ya cinco meses de indiferencia que está causando estragos en el edificio, está afectando la actividad estudiantil y está poniendo en peligro la salud de sus empleadas; parece increíble que estaba biblioteca rodeada de grandes escuelas y que se jacta de ser  de calidad se encuentre en un estado tan denigrante, a la espera de que sus autoridades se apiaden de ella. Deben comprender primeramente que ese espacio que le designaron ya no es suficiente, cada semestre aumenta la matrícula y ni el lugar ni el acervo bastan para dar servicio siquiera al 50% del alumnado. Es ahí donde radica una solución verdadera y efectiva, la biblioteca requiere un edificio nuevo y no nada más pintar los hongos del ducto como sé que hicieron.

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