2 ene 2016

Anécdotas bibliotecarias: El libro debe circular, siempre circular

Por: James Campbell




¡No se es buen usuario de biblioteca si no se roba un libro! Máxima de un historiador. Un gran amigo.

¡De qué sirve el sello de propiedad en un libro, si no evita que se lo roben?!

Mi respuesta, sin pensarla, pero tan elocuente como suena: ¡No, no evita el robo, pero el ladrón jamás olvidará a quién se lo robó! Diálogo con el Director de una institución.

Era sábado y yo estaba, como solía hacerlo, trabajando en la preparación de mis clases de la semana siguiente en la oficina de la Escuela de Bibliotecología donde daba clases, cuando un alumno (al menos sigo creyendo eso) del que nunca supe de qué carrera, se acercó hasta mí y me pidió prestado un diccionario para estudiar con sus compañeros, a los que me señaló sentados en el pabellón de enfrente. Como también suelo hacerlo, le espeté un reproche sarcástico ¡quejoden, ni en sábado me dejan trabajar en paz!, pero no me opuse al préstamo.

Tenía que salir de la oficina y trasladarme hasta donde estaba la biblioteca que también era mi responsabilidad. Le mostré dos: el de español y el bilingüe español-inglés. Escogió uno de ellos –no recuerdo cual- y se fue. Desde el aula donde estaba con sus compañeros me saludó como dándome confianza. Más tarde regresó. Sabía mi reacción y con cara sonriente, me dijo algo como ¡sé que mucho jodemos pero préstenos el otro! En efecto lo hice (le solté otra arenga sarcástica), me levanté e inicié el recorrido de nuevo. Le presté el segundo diccionario, el que no había seleccionado la primera vez. Han transcurrido 25 años desde entonces y sigo esperando que los devuelvan, ahora ya sin la mínima esperanza.

Esta anécdota suelo contarla en los cursos que imparto sobre la organización de bibliotecas como conclusión de un contrato. Pero también lo hago cuando quiero ilustrar que a pesar de todo sigo teniendo confianza en la gente. Y es que la misma tiene, al menos para mí, un significado especial.

Como ya se ha reconocido, el libro, al menos en Nicaragua, no es parte de la canasta básica. ¿Comprar comida o comprar un libro? es el dilema de muchos padres de familia. En muchos casos este dilema es más dramático y se traduce en comer o enviar a las y los hijos a la escuela.

Por eso la biblioteca adquiere una importancia especial. Entre otras funciones, nos ayuda a vencer el obstáculo económico para acceder al libro o en general, para acceder a la información. Con ello cumple una función social. En ella encontramos muchos libros que no estamos en posibilidad económica de comprar, pero que podemos leerlos o estudiarlos. Sin embargo, la tendencia de la biblioteca es al cuidado extremo, evitando en lo posible el daño y el robo. Esto no es malo, porque el libro en la biblioteca es un bien social que debe de cuidarse para la comunidad. Lo malo es cuando esta tendencia adquiere patente de misión que desestimula su uso y hasta la concurrencia a la biblioteca. Su verdadera misión es lograr el mayor número de usuarios para cada libro.

Lo que se necesita es ponderar la forma de lograr que el libro circule entre la población. Una biblioteca con estantes vacíos porque sus ocupantes gozan de permiso entre la población (amantes ávidos) es una mejor biblioteca que aquella con estantes llenos de libros (amantes presos) en la que sus cubiertas y hojas continúan teniendo el aspecto de cuando se compraron. En algunas, la diferencia es el polvo, que resulta, a veces, el único usuario de muchos de ellos.

¡¿Y qué haría ahora?! se me pregunta cuando cuento esta anécdota. La respuesta que doy siempre es: ¡los seguiría prestando, incluso a ese mismo usuario! Los míos, los que he logrado comprar y los que me han regalado siempre han circulado entre amigos, colegas, vecinos, alumnos y, estoy seguro que a través de ellos, entre desconocidos también.

Sé que mi amigo, el historiador, no bromeaba con su máxima. Lo que no sé es si es “su” máxima o lo es de la profesión. Y sé que uno o múltiples sellos en un libro no evita su sustracción al dueño. Pero sé también que esto es parte del costo por la educación de la población.

¿No es mejor arriesgarse a perder un libro que nunca haberlo prestado? Después de 25 años sigo esperanzado en que esos diccionarios hayan circulado entre tantas manos como les haya sido posible.

* Bibliotecólogo-consultor



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